Un tendal en el desván

Aquel caserón daba realmente miedo. Tenía techos altos, las paredes desconchadas, olor a rancio y un cierto desaliño en un mobiliario clásico venido a menos. Los viejos escalones que se elevaban hacia el desván crujían con cada paso hasta llevarte ante una pesada y carcomida puerta que protegía no se sabe qué, pero que daba respeto atravesar. Quizás en aquel trastero bajo el tejado había secretos inconfesables, o quizás solo un montón de objetos inservibles... Con cierto respeto y un poco de desazón la niña decidió arriesgar vencida por su curiosidad... y entró. Pero allí no había trastos amontonados llenos de polvo, ni emocionantes enigmas por descubrir... Allí solo había una cuerda amarrada a dos vigas que rellena de ropas improvisaba un extraño tendal. Los prejuicios y rarezas de la tía Críspula, enemiga de enseñar las intimidades aireándolas al viento, explicaban el extraño descubrimiento. El misterio de aquel desván quedaba resuelto, pero la niña permaneció horas observando el hallazgo.