Aquel escueto tendal

Había estado llorando, casi se había deshidratado de tanto llorar. La pena le había poseído disfrazada de rabia, repleta de desconsuelo, como si el mundo se hubiera hundido a sus pies... Todavía sentía como sangraba su corazón desgarrado, aún no se había recuperado de la falta de aire que había provocado tanto sollozo... Seguía sin entender nada, pero ya no le quedaban lágrimas. Su alma seguía resquebrajada, casi tanto como cansado su cuerpo, pero la desesperación ya se iba diluyendo... Y allí estaba, sentada en el porche, acurrucada sobre la mecedora, intentando salvar alguna migaja de su orgullo... Amanecía, el sol salía apabullante, el frescor de la mañana lo impregnaba todo, la luz envolvía el horizonte, el ambiente se convertía en mágico... Pero ella solo podía mirar aquel escueto tendal, su mirada ensimismada se mantenía sobre aquella camiseta todavía húmeda por el rocío que rendía cuentas al aire, entre la bruma del amanecer, endiabladamente blanca...