En el jardín

También estuve yo tendiendo con mi madre en el jardín de atrás. Ella tendía, lavaba y volvía a tender. Cuando mejor quedaban las sábanas era cuando las tendía encima del antiguo romero. Tantos esquejes de romero y tantas cuerdas pasaron por el tendal, que hoy queda deshilachada la cuerda del tendal que fue tensa y un replante de romero que también fue joven, como ella. En el tendal del jardín de atrás se sigue generando vida aunque se marchiten y se vayan los que la iniciaron.

Tras la batalla

Olía a pólvora. El panorama era desolador. La soledad se había hecho repentinamente dueña de un lugar hasta la fecha lleno de vida. Todavía sonaban ecos de griterío entre un silencio que lo empapaba todo. Aquella casa abandonada a toda prisa había sido pasto de la rabia, había sido destrozada sin miramientos. Todo estaba revuelto, casi nada estaba en su sitio, las paredes estaban agujereadas, las puertas destrozadas, la suciedad se había hecho reina, la desolación mandaba. En el jardín el ambiente no era mejor. El cesped pisoteado, las flores achicharradas, la valla destrozada... En la parte de atrás de la casa, un tendal con unas sábanas salpicadas de sangre y ondeando al aire permanecía erguido como único testigo de la masacre...

Saldremos adelante

Colocaba una tuerca detrás de otra en aquella cadena infernal que sujetaba sus días y los ahogaba. Deseaba, sin confesarlo, que su nombre sonara por megafonía y en Personal le dieran la, no sabía, si tan temida o tan anhelada carta de despido, como a tantos de sus compañeros. Sólo lo sentía por ella, perder la seguridad que le daba aquella vida tan estrecha quizás le diera miedo. Quizás le diera vértigo la idea de intentar tener una vida mejor. Se equivocó. Cuando, por fin, le alargaron aquel sobre lo cogió y se fue hacía casa, sin pensar siquiera en lo que aquello suponía. Dobló la esquina y colgada de las cuerdas de su ventana divisó una sábana blanca que tenía algo escrito, se acercó deprisa hasta que pudo leer; "Saldremos adelante y seremos más felices". Subió corriendo las escaleras como si aquel sobre fuera el portador de grandes noticias, pero sobre todo por las enormes ganas que tenía de abrazarla.

La vaca blanca

Todo estaba absolutamente blanco... quizás porque la pureza imperaba en el ambiente, quizás porque la nieve lo había cubierto todo, quizás porque aquella ropa interior colgada de aquel solitario tendal había sido poseída por la lejía, quizás porque a la luz solar no le había dado tiempo a descomponerse en los variados colores del espectro... El caso es que el paisaje estaba vacuo, la mirada se volvía intensa, todo brillaba en mate, los sentimientos brotaban limpios, la calma respiraba calma... Lo cierto es que el blanco sobre blanco ofrecía un aspecto fantasmagórico, incluso cuando irrumpió aquella vaca blanca...

Cosas de amigas

Elena llamó a sus tres amigas y les pidió que el viernes llevaran a la cena una fotografía que significará algo para ellas. Una vez sentadas a la mesa, Clara sacó la suya, impaciente por enseñar a sus amigas tan bonita estampa familiar. Eran las bodas de oro de sus padres y aparecían rodeados de su numerosa familia. Su elección era tan previsible como ella. Chus, les mostró una postal de la Gran Vía de Madrid. Me gusta, dijo. Estaba claro que había olvidado el encargo de Elena y la había comprado en un kiosco camino del restaurante. También podía haber traído una de dos gatitos con lazo y fondo rosa, el motivo hubiera sido el mismo. Inés, dejó sobre la mesa la imagen de un tendal, era su tendal, con la ropa en gris, la fachada gris y al fondo, el cielo gris. Así me siento, afirmó. Yo he traído tres, dijo Elena.¿Son tu pasado, tu presente y tu futuro?, preguntó Chus un poco harta del juego. No, es el vuestro, contestó, y le dio un sobre a cada una. He estado siguiendo a vuestros maridos y ahí tenéis el resultado: Clara, nunca has sido capaz de sorprenderle. Emoción cero, reinvéntate y disfruta de ello. Chus, nunca te has preocupado demasiado de él. Cero interés, quizás alguien ha querido escucharle. Inés, no has puesto ni una pizca de color a su vida, está claro que fuera ha encontrado una paleta repleta. Pasión cero, deberías colorearte de gusto. No temáis, yo también tengo un sobre para mi. ¿Y a ti porqué?, preguntaron al unísono. Lo mío está claro: por ser capaz de llegar a ser tan cabrona... No tengo corazón... ¿Lo han decidido ya las señoras?, preguntó el camarero, acercándose a la mesa...

Mi bandera

Ropa tendida: bandera de la vida de la casa.
No siento más banderas que mi ropa colgada al viento.

Llueve

Llueve, y cuando llueve nos mojamos... sigue lloviendo, y nos seguimos mojando... Cuando el cielo decide revolverse, cuando parece que alguien superior decide agitar las nubes para descargar no sé qué iras, cuando se alían truenos estridentes con rayos intimidantes, cuando una cortina de nebulosa se afana en ocultar al Astro Rey, cuando comienza a caer líquido elemento procedente de Dios sabe donde... es cuando las flores comienzan a brillar, cuando la tierra escapa de su aridez, cuando el aire urbanita se descarga de polución, cuando el olor a polvo húmedo se convierte en protagonista, cuando los caracoles despiertan de su letargo, cuando el frescor comienza a reinar... Ese es justo el momento en el que en algún lugar, sin que nadie pueda evitarlo, un tendal interrumpe su proceso de secado para ver como la ropa tendida en él se empapa de ese otro agua llegado del más allá que le confiere ese tacto acartonado, pero mágico...

El beso

No sabía que clase de impulso le estaba obligando a recorrer el camino que le separaba de ella, pero no podía parar. Cada día esperaba paciente a que ella tendiera la ropa y observaba cada uno de sus movimientos, imaginando una y otra vez el beso, el mismo beso, que ahora estaba decidido a darle. Llegó hasta ella, agarró con fuerza su cintura y besó sus labios, sin mediar palabra. Ella se quedó inmóvil, sorprendida, pero sobre todo decepcionada ante aquel intento tan torpe y apresurado... Se enfadó... ¿Quién era él para romper el sueño del primer beso con el que ella tantas veces había fantaseado...? ¿Quién se había creído que era para robarle su más preciado tesoro: la ilusión de no saber como sería su primer beso de amor...? Había imaginado mil maneras... no como está. Y mil príncipes... nunca a él... Después de muchos años y mucha vida, ella volvió a preguntarse: "¿quién era él?, ¿quién fue aquel muchacho que me dio aquel beso?. El beso mas tierno, torpe y apasionado que había recibido en toda su vida".

Un tendal en el desván

Aquel caserón daba realmente miedo. Tenía techos altos, las paredes desconchadas, olor a rancio y un cierto desaliño en un mobiliario clásico venido a menos. Los viejos escalones que se elevaban hacia el desván crujían con cada paso hasta llevarte ante una pesada y carcomida puerta que protegía no se sabe qué, pero que daba respeto atravesar. Quizás en aquel trastero bajo el tejado había secretos inconfesables, o quizás solo un montón de objetos inservibles... Con cierto respeto y un poco de desazón la niña decidió arriesgar vencida por su curiosidad... y entró. Pero allí no había trastos amontonados llenos de polvo, ni emocionantes enigmas por descubrir... Allí solo había una cuerda amarrada a dos vigas que rellena de ropas improvisaba un extraño tendal. Los prejuicios y rarezas de la tía Críspula, enemiga de enseñar las intimidades aireándolas al viento, explicaban el extraño descubrimiento. El misterio de aquel desván quedaba resuelto, pero la niña permaneció horas observando el hallazgo.

Mi madre

Creí que sería siempre igual, ella saldría al jardín con la colada y yo dejaría de jugar para correr a su lado. Le daría una a una las pinzas para que fuera creando aquel tendal armonioso de cada día, con las prendas limpias de su querida y numerosa familia. Era un momento mágico porque era el único en el que yo pasaba un rato a solas con mi madre. Me daba "lecciones de tender" para que la ropa no se arrugara, a mi aquello no me interesaba, sólo me gustaba compartir con ella un momento de su rutina diaria. No recuerdo olores, ni la blancura de las sábanas. La recuerdo a ella y la sensación de protección que me producía estar a su lado. Lo hacía cada día, pero cada vez mi madre tenía menos prisa, y comenzaron nuestras largas conversaciones, nuestras confidencias, de madre a hija, de mujer a mujer, de amiga a amiga, de madre a madre. Y olvidó "las lecciones de tender" y me regaló "lecciones de Vida" y sobre todo "lecciones de Amor" en aquel pequeño rincón soleado del jardín de atrás. Y era tan divertida. Me equivoqué, no siempre iba a ser igual, porque tuvo que viajar al infinito cuando alguien desde allí la llamó. Y aquel tendal, antes perfecto, es ahora un amasijo de ropa tendida en soledad y en silencio. A mi no me gusta tender, a mi sólo me gustaba estar con mi madre. Era maravillosa.

El palo y la cuerda

Esta es la historia de un palo y una cuerda. Ambos tenían una relación extraña basada en unas enormes diferencias estructurales que se desvanecían ante una apabullante complementariedad... Eran la rigidez contra la flexibilidad, la dureza contra la blandura, la aspereza contra la suavidad, la altivez contra el desdén... El palo y la cuerda sentían que algo podían hacer juntos, que algo podían aportar a la humanidad... pero ¿qué?... Mientras lo averiguaban, comenzaron un idilio durante el que la cuerda zigzagueaba alrededor del palo, que se mantenía siempre erguido. Más adelante, la cuerda se asió a un extremo del palo, pero cuando descubrieron que se habían convertido en látigo, lo dejaron. Luego lo volvieron a intentar improvisándose a si mismos en rudimentaria caña de pescar, pero tampoco estaban convencidos... Un día, cuando ya empezaban a desesperar, y veían su relación truncada, apareció por ahí otro palo... Tras los primeros recelos comenzaron a probar modelos de relación... y enseguida comprobaron que, en esta ocasión, el trío daba sentido a su existencia. La cuerda se amarró a cada uno de los palos por sus dos extremos, los palos se clavaron en el suelo, y tras un no fácil proceso de tensado, se habían convertido en un tendal dispuesto para albergar ropajes recién lavados en busca de sequedad... La cuerda y los dos palos habían encontrado sentido a su existencia juntos...

Aquel pájaro

Aquel pájaro llevaba días volando... había atravesado mares y llanuras, bosques y montañas, aldeas y ciudades... había visto desde el aire gentes y sembrados, flora y fauna, frescor y sequía... y estaba algo cansado... Aquel pájaro había decidido parar para tomarse un respiro, y podía hacerlo en la copa de un árbol, en la torre de una iglesia, en el cable de algún tendido eléctrico o sobre la valla de un campo... pero no, aquel pájaro había decidido parar sobre la cuerda repleta de ropa de un tendal cercano a una solitaria casa ubicada en lo más recóndito de una alta montaña... quizás le había atraído la presencia humana en tan escondido lugar, quizás se había dejado llevar del frescor de la zona, quizás había sido el blanco radiante de aquella sábana, o simplemente la posibilidad de algo de comida cerca... el caso es que allí estaba, agarrado a la cuerda, sintiendo cómo el viento golpeaba aquellos trapos, observando curioso todo lo que le rodeaba... permaneció allí un largo rato, y después continuó volando...

La esperaría siempre

A lo lejos divisó la casa. Ana no podía equivocarse, era como él, robusta y acogedora. Se la había descrito tantas veces desde su lejanía que ya la sentía como suya, como su hogar. Juan había prometido que la esperaría siempre en aquel lugar y había llegado el momento de regresar. Descendió lentamente por el sendero. Sin duda, Juan había encontrado lo que tanto ansiaba, y ahora ella estaba dispuesta a compartirlo con él. Abrió la puerta que daba al jardín y sus ojos se quedaron fijos en aquel tendal, y helados. Colgaban vestidos, camisones y ropas de bebe. "He llegado tarde", pensó. No existe la palabra "siempre" cuando se trata de esperar a quien realmente amas. No se atrevió a llamar, no tenía ningún derecho y todo quedó atrás. Juan estaba dentro, cuidando de su hermana enferma y de su hijo, mientras, como cada día, esperaba la vuelta de Ana. El prometió que la esperaría "siempre" y cumpliría su promesa...

Aquel escueto tendal

Había estado llorando, casi se había deshidratado de tanto llorar. La pena le había poseído disfrazada de rabia, repleta de desconsuelo, como si el mundo se hubiera hundido a sus pies... Todavía sentía como sangraba su corazón desgarrado, aún no se había recuperado de la falta de aire que había provocado tanto sollozo... Seguía sin entender nada, pero ya no le quedaban lágrimas. Su alma seguía resquebrajada, casi tanto como cansado su cuerpo, pero la desesperación ya se iba diluyendo... Y allí estaba, sentada en el porche, acurrucada sobre la mecedora, intentando salvar alguna migaja de su orgullo... Amanecía, el sol salía apabullante, el frescor de la mañana lo impregnaba todo, la luz envolvía el horizonte, el ambiente se convertía en mágico... Pero ella solo podía mirar aquel escueto tendal, su mirada ensimismada se mantenía sobre aquella camiseta todavía húmeda por el rocío que rendía cuentas al aire, entre la bruma del amanecer, endiabladamente blanca...

Aquello que no era mío

Me venció, una vez más, el cansancio. Cuando desperté dormía a mi lado. Me levanté y en su ropa descubrí de nuevo aquel olor que no era el mío. Lavé aquel rastro con rabia e impaciencia y la tendí al viento en un amanecer triste. La ropa se extendía hacía el cielo, dejándose llevar, alegre, sin arrepentimiento. Entonces quité las pinzas que sujetaban aquel afán y deje que se alejaran torpemente, caídas en la tierra, de nuevo sucias. Volví a su lado, le abracé y descubrí en su piel aquel olor que no era el mío...

Esa cuerda

Esa cuerda que podría atar tantas libertades, que podría sujetar tantas ansias, que podría anudar tantos ideales... Esa cuerda raída que podría amarrar un barco a puerto, que podría izar una bandera, que podría empacar kilos de paja... Esa cuerda resistente que podría sacar agua de un pozo, que podría enlazar a un toro salvaje, que podría ser el suelo de un equilibrista... Esa cuerda se extiende ahora entre dos palos y sujeta la colada, perdiendo su tensión, sufriendo por el desaire...

Intimidad al aire

Intimidad al aire... esas prendas pequeñas y normalmente escondidas que tapan las vergüenzas cuelgan ahora de una cuerda sujetas por una vieja pinza dibujando una linea irregular sobre el cielo... tantos placeres ocultos, tanta pasión desenfrenada, tanto palpitar acelerado, tanto sudor empapado, tanto caer apresurado... ahora oxigenan su existencia, con discreción, pero al aire...

Aquella camisa...

Aquella camisa que había sufrido tantas dosis de sudor, que había tapado tantas vergüenzas, que había sentido los latidos de aquel corazón, que había compartido tantas luchas, que había pasado noches de amor, que había aguantado tensas esperas, que había recibido algún lamparón, que había, en fin, vivido... aquella camisa que pasó del estrecho cesto de ropas sucias al loco rotar del tambor de la lavadora... aquella camisa ondea ahora al aire, al sol, descargándose de su humedad, suavizando sus arrugas, sintiendo la libertad, esperando otra oportunidad...