Soy un traidor

Siempre me inspiraron los tendales... un tendal es algo así como un bodegón capaz de trasmitir cientos de emociones..: libertad, volatilidad, frescura, limpieza, cotidaneidad, intimidad, organización, pulcritud, belleza, singularidad, paisaje, exclusividad... y tantas y tantas sensaciones que desfilan por mi existencia...

Adopté los tendales como religión... los vivo intensamente como expresión de lo que debe ser la convivencia... me enamoré de su plasticidad... me empapé de su sencillez... sentí el viento que los agita... noté su forma de pasar desapercibidos... me sumergí en su significado simbólico... amarré su cadencia... perseguí su imbricación con el medio... me recargué con la energía de su belleza... me convertí a todas y cada una de sus identidades... gocé con su belleza estética... me refugié en sus intrahistorias... me solacé con las miserias descubiertas...

Pero ahora me siento infiel... he traicionado todas esas sensaciones... he sido absolutamente desleal con tanta belleza... me he convertido en un infame total... he sido ingrato con algo que ha conseguido que afloren en mi tantas emociones...

He comprado una secadora.

La vida en la gran ciudad y todo tipo de condicionamientos han hecho que renunciara a tanta belleza colgada de una cuerda y optara por la tecnología para secar mi colada...

Me siento fatal...

El baile

Soplaba el aire. La ropa tendida se contorneaba como en un baile algo alocado, sin ritmo, sin cadencia. Mientras arrojaban humedad a no se sabe dónde, aquellos ropajes recién lavados sufrían los latigazos de aquellas ráfagas ventosas y sucumbían a un movimiento enrabietado.

Aquella piezas de tela colgadas, terminaron dejándose llevar y comenzaron a marcar un tímido baile. Un tímido baile que con el tiempo iba a más.

Sólo había un problema. No había música. Y sin música, sin unas notas mínimas, era muy complicado armar una mínima coreografía. ¿Dónde estaban esas notas?. Estaban escondidas tras el reloj de pared.